viernes, 15 de septiembre de 2017

El viaje a Ítaca de Cavafis, o cuando lo principal es el viaje,  no el destino final.

El poema más famoso de Cavafis, el último de los grandes poetas griegos, casi contemporáneo nuestro.


Este blog está bastante muerto, así que mejor darle un poco de vida.

Resultado de imagen de cavafisHace ya lo que me parece una eternidad, como dos meses y medio o tres meses, no sé realmente, que no escribo nada, en parte por falta de tiempo, y en parte, porque no me veía con muchas ganas, o simplemente, no sabía bien de qué escribir.
En una página de facebook dedicada a Corto Maltés, el legendario marino creado por el italiano Hugo Pratt, encontré el famoso poema de Constantino Cavafis, griego de Alejandría, fallecido en 1933, pero sin embargo, tan unido a sus lejanísimos antecesores de tiempos antiguos, que podría parecer el último de una larga lista de poetas y recitadores, que comenzó con Homero, y aparentemente finaliza con él.
Creo que no es necesario explicar demasiado sobre esta pequeña obra de arte. Básicamente, nos damos cuenta sólo con leerlo al completo una primera vez -que en poca gente resulta también la última- qué es lo que nos cuenta: que en no pocas ocasiones, no es el destino, la meta, el final del camino lo principal, sino el camino mismo, el viaje, el periplo, tal como debieron sentir y pensar -lo uno y lo otro, sentimiento y pensamiento libre, tan unidos al alma helena- tantos viajeros griegos, desde los que en tiempos míticos debieron llegar a las costas de la Cólquida, en la costa de la actual Georgia, en el Mar Negro, o a las de Troya, o Ilión -de ahí el nombre de "Ilíada"-, aunque fuera para destruirla y saquearla.
Y aquí, el poema al completo. Como se ve, corto, pero intenso:

Ítaca.

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino.

Si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu distino.
Masno apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantr a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.



La isla de Ítaca. Quien la visite, encontrará, pero pensará si no habría valido más la pena alargar algo más el viaje.

Ítaca es una isla pequeña, apenas de 100 m2 -96, según la wikipedia-, y con una población de apenas 3.500 habitantes. Por lo visto, nunca fueron sus habitantes muchos más. Ulises, u Odiseo -su nombre griego original; Ulises fue usado por los romanos, y de ellos lo tomamos nosotros-, más que un rey tal como lo imaginaríamos, sería algo parecido a un jefe tribal, un señor de una pequeña comunidad insular, pobre, que viviría tanto de la agricultura, como de la pesca, y de la piratería -tan pobre y minúsculo país, ¿con qué podría comerciar?-. La Odisea parece insinuar -así lo entendí yo- que Odiseo era, si no soberano propiamente dicho del resto de islas del archipiélago de las Jónicas, sí tendría algún ascendiente sobre los demás señores que las gobernaban, como un rey de reyes, o más bien un señor aguerrido al que obedecen, mitad por miedo, mitad por conveniencia, siempre por respeto, todos los demás "héroes guerreros" que, en su momento, acompañarían a Odiseo, el de las mil tretas, a la guerra y saqueo de Ilión/Troya -otro nombre usado por los romanos, el de Troya, que les parecería tan lejana como mítica, que cogimos como si fuera el original griego-.
Al visitar tan pequeña ínsula, entendemos lo que podría sentir Ulises, al llegar a tan nimio reino, a exterminar a los pretendientes que acosaban a su fiel esposa Penélope -aunque según tradiciones anteriores a Homero, de fiel poco, pues compartió lecho con todos y cada uno de ellos-: por un lado, la alegría de llegar a la patria, a su señorío, a recuperar todo lo que le pertenecía. Y por otro, tras conseguir justa y sangrienta venganza -eran tiempos sangrientos, duros, aquellos- y volver al trono y a su casa familiar, con su esposa y su hijo Telémaco, ya un hombre, el placer de poder contar, a la vera del fuego del hogar, las mil y una aventuras -convenientemente adornadas y exageradas- que le habían acontecido durante los veinte años -diez de guerra, diez de viaje- que había estado fuera.

Isla de  Ítaca
La isla de Ítaca, desde el aire, no parece gran cosa. Quizá nunca lo fue. Ni tan siquiera se puede notar una gran población, concentrada, hoy en día, en su pequeña capital, Vathí.


Resultado de imagen de viaje a ítaca
El larguísimo viaje de Ulises, vagando por un Mediterráneo que, para los griegos de la época micénica, y todavía más durante los años oscuros -donde el arte de navegar en parte debió perderse, aunque por lo visto,  nunca del todo, pues tras ellos, los griegos colonizaron toda la costa de la Jonia, y más adelante, Sicilia y el sur de Italia, entre otras tierras- era un lugar lleno de peligros y misterios todavía por desentrañar.

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