viernes, 10 de marzo de 2017

Muhya ben al-Tayyani, protegida y mayor crítica de la princesa Wallada.

Casi como un complemento de la entrada anterior, algo más sobre la sucesora de la dama de Córdoba.


¿Qué es lo que se sabe de al-Tayyani, realmente?

Hace bien poco -en realidad, hoy mismo-, finalicé y publiqué una entrada sobre Wallada, la legendaria -pero  no por ello, real- princesa y poeta de Córdoba, hija del penúltimo califa de todo el Al-Andalus. Y en esa entrada se comenta un hecho bastante poco claro de su larguísima vida, pues vivió casi un siglo: la adopción -pues más bien fue eso lo que ocurrió- de una joven de origen social modestísimo, a la que educó como una princesa, lo que ella misma era, le enseñó lo que sabía, le permitió vivir rodeada no sólo de lujos materiales, sino también de las amistades de Wallada -una multitud de poetas, cronistas, juristas, historiadores o músicos andalusíes, y tal vez también cristianos y judíos-, y llegar a dónde Muhya no habría ni soñado llegar en su vida, porque, simplemente, de ese mundo de ensueño, ella no sabía más que lo poco que podía intuir.
Muhya ben -o bint, según cómo se adopten los nombres árabes en el alfabeto latino- tenía, como ya se contó, un origen modestísimo, a la par de oscuro. Era la hija de un vendedor de higos, y con toda seguridad, debía ayudar a su padre en su modesto negocio, que debía ser, o bien de venta ambulante, o en algún pequeño puesto en uno de los mercados de Córdoba, que si bien en aquellos tiempos ya no era capital del extinto califato ibérico, sí lo era de un riquísimo y avanzado reino Taifa.
Cuando se dice que Wallada "compró" Muhya a su padre, quizá habría que tener en cuenta que no lo hizo como una esclava. Al menos, en caso de que la familia de la joven, y ella misma, fueran musulmanes, pues el islam prohibía comprar y tener como esclavos a individuos que fueran musulmanes antes de ser capturados o comprados. Pero en familias tan pobres, cargadas muchas veces de hijos, deudas, impuestos e hijos, el que uno de ellos, o ellas, fuera en cierto modo adoptado, apadrinado o acogido por un gran señor o señora era una bendición, pues no sólo significaba una boca menos que alimentar, sino también la posibilidad de que ese hijo prosperara, y llegado el caso, ayudar al resto de la familia. Si Muhya echó o no una mano a su padre y al resto de su familia -en caso de tenerla-, no es cosa que haya quedado por escrito en ningún sitio, pero es posible. Aunque también había casos de adoptados -por llamarlos así-, o acogidos que, al ir cultivándose y prosperar económica y socialmente, olvidaban completamente a su familia, sus oscuros orígenes, y la miseria en la que se habían criado.
Hay tres cosas que son ciertas en la vida de Muhya. La primera, como ya se ha contado, es que Wallada, por la razón que fuera, se quedó prendada de ella. No se sabe bien si de su belleza -se cuenta, eso sí, que era muy hermosa-, de su edad -no se sabe ni su fecha de nacimiento, ni de muerte, ni qué edad tenía cuando la princesa la conoció, si era una niña, o ya una adolescente-, o tal vez, en caso de haber tratado con ella y su padre en varias ocasiones, su simpatía, su gracia, o una inteligencia natural que debió llamar la atención de una mujer que, por lo demás, también era alguien fuera de lo común. Tal vez, incluso, fuera algo distinto: Muhya no debió quedarse ni fascinada ni atemorizada por aquella hija, nada menos, que de un califa, y debió hablarle como si fuera una clienta más, con un descaro y una gracia que, en lugar de enfurecer a la orgullosa noble entre nobles, debió parecerle una especie de versión de ella misma, pero más joven, y con mucha menos suerte en la vida. 

walada
"Una mujer oriental", del pintor austriaco del siglo XIX  Friedrich von Amerling. Aunque fue, básicamente, retratista, en alguna ocasión se daba el gusto de algo ás exótico, como esta mujer -viajó por Egipto y Palestina, además de por toda Europa, así que tenía cierta idea de cómo eran las mujeres árabes de su época-. Tanto Wallada como Muhya pudieron tener cierto parecido con esta joven, aunque su ropa más bien podrían corresponder a una turca -en el siglo XIX, ambos territorios formaban parte del Imperio Otomano-, y leer libros como el que tiene en la mano, pues el libro moderno es de origen árabe-musulmán, no greco-romano.

Una segunda, es que Muhya recibió, como mínimo, la misma educación que el resto de jóvenes, éstas, de origen social elevado, de la escuela de damas y salón literario -mezcla de lo uno y lo otro, realmente- pero gratuitamente La diferencia es que, si el resto de jóvenes marchaban a sus casas con sus respectivas familias, o a lo sumo, tal vez, pasaban allá alguna noche, Muhya vivía, comía y dormía allá día tras día, noche tras noche. El palacio de Wallada fue, en la práctica, su casa, su hogar. Eso también significaba poder conocer y tratar a los sabios, artistas y nobles que visitaban a su protectora mucho más profundamente que cualquier alumna, porque una cosa sí era cierta: la muchacha no estaba allá como sirvienta, ni tan siquiera como una especie de artista protegida por una mecenas generosa -aunque también era eso, Wallada, cuando la chica empezó a componer-, sino casi, o sin casi, fuera de la familia. ¿O era algo distinto, a una especie de hija o hermana adoptiva?
La tercera es que, un día, Muhya se marchó. ¿Y por qué? Ese es el gran misterio de la vida de la joven, pero también de su protectora. La teoría que se defendió, durante mucho tiempo, es que, quizá, Muhya, joven, linda, extrovertida y culta, pudo ser una tentación que el amante de Wallada, el también poeta ben Zaidun, y tal vez fuera cierto, y que la supuesta infidelidad con una esclava negra no dejaba de ser una pantalla literaria que ocultaba la auténtica identidad de la amante. Sin embargo, resulta extraño que Wallada no fuera tan dura y mordaz con Muhya, que no la nombra en poema crítico alguno -que se sepa-, como sí lo fue con ben Zaidun, pues de eso sí que hay pruebas. En realidad, parte importante de lo poco que ha llegado de la obra de Wallada. Sin embargo, también podría haber otra explicación: que Wallada sintiera algo especial por Muhya, como sería un auténtico amor lésbico. ¿Correspondido? Tal vez al principio, pero después de un tiempo, una Muhya más adulta, culta y segura de sí misma, optara por marcharse, aquello hiciera realente daño a Wallada, que no querría volver a verla, y su protegida demostrara un resentimiento hacia su maestra y protectora. O tal vez hubiera algún tipo de discusión, de ruptura de una relación que fue cambiando con el tiempo, y que era incompatible con la que Wallada también tenía con el poeta. La protegida, parece, visitaba a la princesa en su casa cuando todavía vivía el califa (murió en 1024), y sus primeros poemas, casi todos perdidos, empezaron a escucharse más o menos por aquellos tiempos, aunque los últimos tal vez sean ya de la década del 1050. Debía ser, en aquellos años 20, muy, muy joven, y tan grande era el placer que Wallada sentía en recibirla, como facilidad que tenía Muhya para visitarla al principio, quizá, para algo tan inocente e inocuo como llevarle la fruta a su casa.

Resultado de imagen de muhya bint al-tayyani
La joven de pie, apoyada en la columna, parece estar leyendo un libro el resto de personajes del cuadro. Quizá Muhya hiciera algo parecido en las cortes, o las casas de los nobles, que la acogían y le pagaban, y aumentaban su fama.

La cuestión es que Muhya se marchó del palacio de la princesa, y de la ciudad de Córdoba.  al-Tayyani, o al-Qurtubiyya -el otro nombre por el que fue conocida-. ¿De qué, cómo vivió? Probablemente debió ir de corte en corte de los reinos de Taifas, y como debió vivir bastante menos que su antigua protectora y mecenas, no debió vivir la llegada de los almorávides, y el fin de los reinos independientes musulmanes de la antigua Hispania, la España que, en aquellos tiempos, era sólo una entidad geográfica e histórica. Poco nos ha llegado de ella, muy poco, pero no son pocas las fuentes que indican que, desde muy joven, Muhya escribió, y no poco. Fueran sátiras, o versos de amor, tienen un descaro, un sano atrevimiento, una alegre sensualidad -incluso, sexualidad- que resultarían casi inimaginable en autores de la Europa cristiana de la época. Y ya no digamos, en el mundo islámico posterior. Tan posterior, como el de  hoy en día.
Esto es parte importante de lo que queda de su obra, que nadie sabe qué extensión debió de tener:

Wallada ha parido y no tiene marido;
   se ha desvelado el secreto;
   se parece a María,
   pero la palmera que ella sacude es un pene erecto.

No deja de llamar la atención, aunque sólo sea una libertad literaria, hablar de un parto, porque que se sepa, Wallada no tuvo hijos -al menos, reconocidos-. Lo que sí desea destacar Muhya es la vida sentimental y sexual de su antigua maestra, que muy probablemente no sólo incluyó a ben Zaidun, sino a otros hombres, con los que disfrutaba del sexo sin importarle las murmuraciones y prejuicios sociales de la época.

Aleja de la aguada de sus labios
   a cuantos la desean,
   igual que la frontera se defiende de cuantos la asedian.
A una, la defienden los sables y las lanzas,
   y a aquéllos los protege la magia de sus ojos

En uno de sus poemas, que llevaba bordado en las mangas de su vestido, Wallada deja escrito que ella da sus besos a quién los quiera. Sin embargo, aquí dice que aleja de sus húmedos labios a quién desea besarlos, como un ejército las fronteras del reino, y que la magia de sus ojos, el poder magnético de su mirada, de su personalidad, sabe, al tiempo, atraer a los hombres, pero también mantenerlos alejados de su boca... a no ser que a ella, y sólo a ella, le apetezca lo contrario.
Y aquí, el tercero de sus poemas, en este caso, parece dedicado a un amigo o conocido, vendedor de melocotones. Otro vendedor de frutas, como lo fue ella, y antes, su padre.

Oh, tú que das melocotones a tu amada,
  ¡bienvenida esa fruta que da la alegría!
Su redondez imita el pecho de las doncellas,
  pero humilla la cabeza de los penes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario