lunes, 11 de julio de 2016

El electrófono y el teatrófono, o cómo escuchar conciertos y teatro a distancia: un invento de la Belle Époque.

El  electrófono, como la telegrafía óptica, fue un gran invento, pero la velocidad de los avances tecnológicos acabó con él.


Hay muchos casos en la historia de inventos que, por sí mismos, no eran malos, pero que fueron sobrepasados -en precios más bajos, en comodidad, en tecnología superior, en mayor atractivo para los posibles clientes y usuarios- por otros que llegaron muy poco después, y que los condenaron a un olvido tan rápido como, pasado el tiempo, completo.
Sin embargo, internet permite recuperar viejas fotos o ilustraciones, y siempre habrá alguien que nos explique qué son tal o cual cachivache que no sabríamos para qué servía realmente si no fuera por alguna web de historia o curiosidades, wikipedia -como no, pero sabiendo antes qué buscar-, o alguien dispuesto a desenterrarlos del polvo con el que el tiempo los ha cubierto, y no sólo en sentido figurado.


Radio antes de la radio. Cascos de música mucho más antiguos de lo que cabría esperar.

El electrófono -en inglés, "Electrophone". Imagino que esta sería la mejor traducción, porque no recuerdo haberlo visto escrito en castellano- era, en pocas palabras, un sistema que permitía escuchar sonidos -música de conciertos u óperas, o la voz de actores en obras de teatro- a larga distancia, y a un número determinado, y en teoría grande, de personas, que previamente se habían abonado para poder disfrutar de este servicio. Algo parecido a la telefonía, fija o móvil, de hoy en día: el teléfono es de tu propiedad, pero si quieres utilizarlo, tendrás que pagar a una compañía privada -en su momento, también pública- por el servicio.
Se usó, básicamente, en el Reino Unido de finales de la Época Victoriana, la Eduardiana, la I Guerra Mundial, hasta mediados de los locos veinte. Para ser más exacto, entre 1895 y 1925. Serían, pues, treinta años -que no es tan poco como se podría pensar-, que, siendo tres décadas completas, sólo fue utilizado de forma relativamente generalizada -nunca masiva- durante apenas la mitad de ese tiempo. Además, necesitaba contar con cierto número de clientes en una zora relativamente pequeña, de ahí que, básicamente, su uso estuviera circunscrito a Londres, si bien en Francia existió un precedente, en París, donde era llamado teatrófono -allá empezó a funcionar en 1890, pero desapareció al poco, al no saber desarrollarlo tecnológicamente tan bien como los ingleses-. El hecho de que no tuviera uso fuera de la capital británica hizo que fuese un invento prácticamente desconocido en el resto del mundo, de ahí su desconocimiento de su misma existencia no mucho después de que dejara de utilizarse.

El teatrófono, invento francés que existió en París en los últimos años del siglo XIX -la Belle Époque-, antecesor del electrófono -quizá comenzó a funcionar por 1890- y que parece que no era usado en viviendas privadas -exceptuando casos aislados-, sino lugares públicos, quizá clubs sociales, salones de baile, cafeterías para gente acaudalada, etc.

Esta imagen, de usuarios de teatrófono en París, hace pensar que, al menos durante un tiempo, debían existir locales o espacios donde la gente podía escuchar música o a actores en directo durante un tiempo ya estipulado y previo pago.

¿Cómo funcionaba? Teniendo en cuenta que ya existían gran número de líneas telefónicas convencionales, se utilizaron, también, para transmitir en vivo obras de teatro, óperas, conciertos de música, y cualquier espectáculo que contara con música, cante, actores -excepto mimos, claro está-, o una mezcla de todo ello. También tuvo otro uso menos lúdico: transmitir servicios religiosos dominicales. 
En principio, hubo gente de las clases alta y media-alta interesados en ello, pero a medida que se desarrolló el servicio de radio, y de que cada vez más gente -también de clase media u obrera, y todo tipo de organismos o asociaciones-, que permitía que cierto número de personas -familias, amigos, compañeros de trabajo, miembros de clubs o asociaciones- pudieran escuchar cualquier cosa, y no sólo espectáculos en directo, sino también noticiarios, obras de ficción radiofónicas, etc., todos juntos y a la vez, y sin necesidad de cascos ni nada parecido, hizo que el electrófono acabara perdiendo abonados a marchas forzadas, hasta que en los años veinte, resistió de forma casi heroica debido a un muy pequeño número de incondicionales, que no les parecía importar que aquello fuera ya una antigualla, porque simplemente, les gustaba. Pero no dejaba de ser, realmente, un servicio ofrecido por empresas privadas, y si aquello no daba dinero, pues se dio de baja, y en paz.

Soldados británicos, heridos en la I Guerra Mundial (1917), utilizando el invento, para así olvidar, aunque fuera temporalmente, el infierno del combate.

Había dos cosas que podrían llamar un poco la atención en el electrófono. Una, era el cómo se conseguía grabar los sonidos. Se realizaba de una forma sencilla, aunque un tanto trabajosa, pues consistía en llenar los teatros de grandes micrófonos, que estaban un poco por todas partes -y a ser posible, que no estuvieran muy a la vista de los espectadores que iban a ver, y a escuchar, la obra o el musical en directo, a los que el invento en cuestión les daba bastante igual-. En las iglesias, se hacía algo parecido, ocultando los micrófonos tras figuras o columnas, o incluso dentro de falsas -o no falsas- biblias.  La otra, es cómo llegaba el sonido a cada usuario. Se trataba de una especie de cascos, porque eso es lo que eran, que se colocaban, como no, en los oídos, y que estaban conectados a una especie de mango largo, fácil de agarrar, y que estaba conectado por un cable a un mueble que, al tiempo, conectaba, como un teléfono cualquiera, a las instalaciones de la "Electrophone Company", la empresa privada que ofrecía el servicio, y que trabajaba con las telefónicas. Era esta empresa la que tenía contacto con teatros e iglesias londinenses, e incluso ofrecía a sus clientes -llamados operadores, o conocidos también como oyentes- el listados de todos ellos, para que pudieran elegir.
El precio era un abono anual de 5 libras, que para finales del siglo XIX era realmente mucho, de ahí que siempre tuviera pocos usuarios, incluyendo, como no, a la misma reina Victoria. Se comenzó con unos cincuenta oyentes, para llegar al millar en 1919, y a 2000 en 1923 -una población con un nivel de vida algo más alto, y un servicio que resultaba, en proporción, algo menos caro-, pero un año después, aquella cifra se redujo a la mitad, y en 1925, dejó de funcionar. 
El electrófono también funcionó, aunque de fora muy limitada, y básicamente muy a principios de siglo, en algunos hospitales -privados y caros, se entiende, y hoteles, pero desaparecieron pronto, pues allá la radio lo barrió antes que en los hogares privados.
Después del triunfo del nuevo medio de comunicación, información y lúdico que fue -y es todavía- la radio, el electrófono no sólo desapareció físicamente, sino también en el recuerdo de la gente, incluso en el mismo Londres, que es donde básicamente existió, sobretodo, cuando fueron falleciendo los últimos de sus usuarios que quedaban vivos.
Pero siempre habrá alguien que se interese por esas antigüedades tecnológicas, porque también las hay. Y estoy seguro de que habría gente que estaría dispuesta a utilizarlos de forma eventual, no porque resultaran prácticos, sino por el deseo y curiosidad por conocer qué extraños artilugios resultaron, en su momento, auténtica tecnología punta.

Un equipo de recepción para usuarios del eletrófono. Los muebles, desde donde salía un cable hacia las instalaciones de la empresa que daba el servicio, la "Electrophone Company", también servían para colgar los cascos de, al menos, dos "escuchantes". 

Una usuaria, en 1901, cuando todavía los clientes se contaban por docenas, o a lo sumo pocos cientos, encantada con lo que, para la muchacha, tan contenta como se le ve, debía ser lo último de la tecnología de la época.

El escuchar una obra de teatro, ópera o incluso una misa, podía ser un acto social más para la clase alta británica, que se reunía en grupo para disfrutar del invento, aunque, después, cada uno de ellos tuviera que escuchar de forma individual, con sus audífonos.

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