lunes, 10 de noviembre de 2014

Los prerrafaelitas (VI): Frederic Leighton, mucho más que un señor que pintaba señoras, y esculpía héroes antiguos.

Uno de los pintores más conocidos de la corriente, aunque siempre mantuviera su independencia.


Como ser rupturista, y formar parte del establishment artístico al tiempo.

Frederic Leighton (1830-1896), fue no sólo pintor, sino también, en su momento, un gran escultor inglés. Nacido en Scargorough, en lo que se llamaría una familia burguesa de clase media-alta dedicada al comercio de importación-exportación, estudió en la London University, para pasar, más adelante, a proseguir sus estudios, en la rama artística, en el continente europeo. Para ser más exacto, tuvo la suerte de poder hacerlo en lo que los británicos victorianos de clases media o alta consideraban el paraíso de cualquier amante del arte -sobretodo, antiguo, medieval y renacentista-, y todavía más, si deseaba dedicarse a él. Sobretodo, teniendo en cuenta que no pocos de ellos, al ser rentistas desde jóvenes, se podían permitir el dedicarse a pintar o esculpir aunque sus habilidades fueran limitadas, o su arte demasiado "diferente", o adelantado a su tiempo, y su forma de vida les diera más gastos que otra cosa. 

El autor en su estudio, según un retrato de Paul Renouard (1888),

Leighton no era exactamente eso. Más que renta, sabía que podía esperar, en un futuro, heredar parte de un negocio que funcionaba bien, pero es que, además, resultó, desde muy joven, ser un gran artista, se notaba que podía, con suerte y trabajo, ser algo grande. Estudió con artistas como el italiano Giovanni Costa, y, en Florencia -ciudad fetiche de cualquier amante del arte italiano y europeo en general-, logró entrar en su Academia de Bellas Artes, trasladándose más adelante a vivir a París (1855-9), donde había florecido el estilo romántico, y donde conoció, entre otros, al genial Delacroix.
"Junio -o Sol- ardiente" (1895 o 1896, no está claro el año exacto). Resulta curioso, hoy en día, que un retrato de una joven durmiendo -por mucho que se la "disfrazara" de personaje mitológico de la antigua Grecia, su aspecto era de una mujer de carne y hueso- diera tanto que hablar en su momento. Probablemente, lo fue tanto por la habilidad para retratarla, como porque el vestido naranja transparentaba lo justo para, sin enseñar un desnudo explícito, dar mucho trabajo a la imaginación. Hay que recordar que la Época Victoriana era muy conservadora en cuestiones sexuales.

"La luna de miel del pingor" (1864), o la conjunción de amor y arte.

"Dédalo e Ícaro" (1869). Aquí, el sexo masculino parece tabú, aunque, tal vez, fuera el autor, el que no tuviera interés en representarlo. Como en otros muchos cuadros que representan temas mitológicos de raíz griega -y no sólo de Leighton-, los personajes aparecen o desnudos, o muy ligeros de ropa. Los europeos del norte pensaban, tal vez, que los sureños antiguos iban por la vida poco menos que con taparrabos, o ni eso, haciendo de paganismo, antigüedad y nudismo todo en uno.

Pero llegado el momento, tuvo que volver a Londres -en 1860, así que ya rondaba la treintena, y llegó el momento en que debía demostrar si era capaz de ganarse la vida con el arte, y sobretodo, de qué era capaz-. Al contrario que otros prerrafaelitas, Leighton no sólo fue pintor, sino también escultor. Realmente, fue en este segundo campo, donde rompió moldes de forma más clara, pues, si como pintor era un gran artista, no dejaba de estar, de todas formas, dentro de una corriente artística, la prerrafaelita, que contaba con otros y variados -y excelentes- ejemplos, contemporáneos suyos, y de edad parecida. El primer trabajo escultórico que tuvo no es que levantara mucho la moral, en el sentido de que no resultaba demasiado alegre, pero sí que era un gran honor para cualquier joven artista: la tumba de la poeta Elizabeth Barrett Browning -enterrada, eso sí, no en Londres, sino en Florencia, que tan bien conocía Leighton-, que a mediados del siglo XIX había alcanzado gran fama entre sus compatriotas. Tras este encargo, siguió con una de sus mejores obras: "Atleta que lucha con una pitón" (1877), donde deja un tanto al margen un clasicismo conocido como "neoclásico" -en referencia a que bebía, directamente, de la escuela greco-romana antigua-, dándole al personaje más energía, más vida. Para Leighton, el representar a un hombre, dentro de lo que cabe "común" -aunque fuera un atleta antiguo, un héroe-, como si fuera un personaje de un baile, aparentemente tranquilo y calmado, como queriendo mostrar su belleza física, cuando estaba luchando por su vida con un animal terrible, no resultaba en absoluto natural, así que este atleta sin nombre demuestra, al tiempo, miedo, pero también deseo de luchar, de matar al monstruo que desea acabar con él. Influido por los franceses, Leighton fue, probablemente, el primer escultor moderno que tuvo Gran Bretaña, en el sentido de realista y renovador, y siendo considerado el precursor de la llamada "Nueva Escultura" británica.

"Atleta luchando con una pitón" (1877), en mármol blanco, donde el héroe lucha con sus propias manos contra la bestia. Fue clara influencia para escultores británicos -y de otros países- posteriores.

"Procesión por las calles de Florencia" (1853-5). Una de sus primeras obras, pintada en sus años italianos, cuando estudió y vivió en dicha ciudad italiana. No sería ni el primero ni uno de los últimos artistas británicos enamoradas, o influenciados, por las "ciudades del arte" de Italia.

Respecto a su pintura, su temática es parecida a la de otros autores de la corriente prerrafaelita, y se divide en tres grandes grupos: el de temas bíblicos -aunque retratando a los personajes, igual que en su escultura, de forma más viva y con más fuerza que en cuadros de épocas anteriores-; el clásico, entendiendo como tal no sólo a personajes más o menos reales de la Grecia y la Roma antigua, sino, sobretodo, a elementos mitológicos o imaginarios; y por último, el histórico, aunque este último en menor medida. Cuando era ya hombre maduro, su arte fue reconocido de tal forma, que pudo representar a Gran Bretaña en la gran exposición de París de 1900, lo que no era poco honor, pues, en aquella época, todo país estaba en extremo orgulloso de sus mejores artistas, y cualquier gobierno, y con él, gran parte de la población, estaban encantados de que su patria fuera representada por sus mejores pintores, escultores, dibujantes o arquitectos. Leighton fue capaz de pintar algo hermoso, atractivo, que pareciera clásico y, al tiempo -para su época-, nuevo. Y hoy en día, más de un siglo después de su muerte, su pintura, por mucho que nos retrotraiga a otra época, sigue siendo igual de atractiva. Respecto a qué cuadros serían más representativos, sería difícil hacer una lista, resulta mejor reproducir aquí algunos de ellos, pero "Junio ardiente" se ha transformado en un clásico, mil y una veces reproducido, y aunque no tanto, el retrato de "Creania, la ninfa del río Dangle", también sigue siendo, actualmente, fascinante.
Además, sin salir de la pintura, Leighton realizó dos enormes frescos para el Museo de Albert y Victoria -la reina y su marido- de South Court, conocidos como "Las artes de la industria aplicado a la guerra", y "... a la paz", que realizó entre 1870 y 1872, y que venían a ser un cántico a los avances científicos y tecnológicos de su época, aunque él ambientara sus dos obras, llenas de personajes y detalles, en la antigüedad greco-romana.

Archivo: Artes de Industria como Aplicado a Peace.jpg
"Las artes de la industria aplicadas a la paz", en la sala 109 del Museo de Albert y Victoria de South Court, en Londres.

Respecto a lo que opinaban sus contemporáneos sobre su obra, parece que, el hecho de que en ocasiones gustara de representar a mujeres jóvenes en aptitudes que muchos contemporáneos consideraban "poco decentes", no le dio problemas a largo plazo. Quizá, no sólo fuera porque los conquistara con su arte, sino, también, porque, pasado el tiempo -sobretodo, a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se pasó de la Época Victoriana a la Eduardiana, con cierta relajación de costumbres y apertura de mentes-, la visión que tenía la población del arte empezó a cambiar hacia una mayor comprensión de "lo diferente", de lo que intentaba reflejar cosas distintas. Leighton fue, en 1864, asociado a la Royal Academy, y cuatro años después, socio de pleno derecho. Aún así, tuvo que tener, por fuerza, simpatizantes y admiradores en dicha veterana -y conservadora por naturaleza- institución artística, pues en 1878 llegó a ser presidente de la misma, lo que no se conseguía, simplemente, siendo un gran pintor, pues él no era el único en su época, precisamente.
Además, fue el primer artista en lograr alcanzar la nobleza por su trabajo. En 1878 fue nombrado caballero -sir, en 1886 logra el título de baronet, que sería algo así como miembro de la baja nobleza -como un hidalgo en España, o un castellano en Francia, aunque con un reconocimiento social mayor, quizá porque eran menos numerosos-, y, en 1896, logra el título de barón, aunque no es que lo disfrutara mucho, pues murió por una angina de pecho, nada menos, que al día siguiente de ser considerado par -alta nobleza- del reino, y con él, el título de Barón de Leighton también desapareció. Nunca, en la historia del Reino Unido, un título de nobleza duró tan poco, y más, teniendo en cuenta que el portador había hecho honores de sobra para merecerlo.

Frederick Leighton - A Bather 2
"Creania, la ninfa del río Dargle" (1880). A pesar de "disfrazarla" de ninfa -o sea, de personaje mitológico, imaginario, fantástico-, Creania es, sobretodo, una muchaca en la que se mezclan la belleza, la sensualidad y cierta inocencia que, para muchos hombres victorianos poco acostumbrados a ver una mujer en semejante índole, debió ser extremadamente atractiva. Y escandalosa.

"El pescador y la sirena" (1856-8). Otro cuadro de temática "clásica", o mitológica, donde la sirena, bella e irresistible, pero terrible, hace suyo al pobre pescador, que muere enamorado, conquistado, pero muere, de todas formas.

"El baño de Psique" (década de los 90, aunque no está demasiado claro). Parece que a finales del siglo XIX, el representar a una mujer desnuda -en caso de ser un hombre, no llamaba tanto la atención, pues resultaba más común, al contrario de lo que podría pensarse- no resultaba tan escandaloso.

Respecto a su vida privada, siempre permaneció soltero, y no se le conocieron demasiadas aventuras amorosas -en realidad, resulta casi imposible, hoy en día, separar la realidad de las suposiciones, fantasías o maledicencias de sus contemporáneos, que cuando no le descubrían relación seria, con toda seguridad siempre había alguien que las inventaba-, aunque se hablaba de algún hijo ilegítimo con alguna de sus modelos -lo que da a entender alguna relación, por lo menos sexual, con una de ellas- mientras que, al tiempo, se insinuó -y todavía se cree en la posibilidad- de su homosexualidad, o más bien -si resulta cierto que tenía relaciones con, al menos, una de sus modelos femeninas- su bisexualidad. Sin embargo, esto no parece demasiado probable, pues se basa en la atracción que sentía por él el poeta William Greville -que sí se sabe que era homosexual-, y a quién conoció en su juventud en Florencia. Atracción y quizá amor -platónico o no- que, por lo visto, Leighton nunca parece haber correspondido, aunque eso no impidió, por lo visto, que el en aquella época joven pintor sintiera simpatía o admiración por el poeta, en aquella época, famoso y ya maduro. Además, en una época donde el género epistolar era tan habitual que mucha gente escribía diarios y disfrutaba escribiendo gran cantidad de larguísimas cartas, donde explicaban su vida, opiniones y sentimientos de todo tipo, Leighton no dejó diario alguno, y en sus misivas, apenas hablaba de su parte más íntima. Lo que ahora se diría un hombre celoso de su intimidad.
En Londres existe un museo dedicado sólamente a él, el Leighton House Museum, con obras propias, de cuadros de otros autores propiedad suya, y objetos de su propiedad, que en ocasiones le sirvieron de inspiración.

El exterior de la casa-museo de Leighton, en Londres

"La lección de música", o la representación de la maternidad sin necesidad de recurrir a la Virgen, sino representándola de una forma más "mundana", pero también más terrenal.




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