domingo, 10 de noviembre de 2013

Renée Dunan, la -casi- olvidada y rupturista dama de la literatura popular francesa de principios del siglo XX.

Otro nuevo personaje de la literatura europea fantástica, sepultado por el tiempo.


¿Y quién era, esta señora?

Aunque, normalmente, acostumbro a leer a autores -o sobre autores, que no es exactamente lo mismo- del mundo anglosajón -entiéndase: Estados Unidos, Gran Bretaña, pero también algún irlandés, canadiense o australiano-, y en menor medida, españoles, siempre me he interesado por cualquier escritor que me llame la atención, sin importarme ni su nacionalidad, ni la época en que vivió y creó su obra -que no es lo mismo que "publicó", pues hay no pocas obras que han visto la luz bastante, incluso mucho después de que su creador muriera; para un ejemplo paradigmático, Kafka-. Por decirlo de alguna forma, nunca he tenido prejuicios en el tema de "nacionalidad", "temática", u "época". Otra costumbre mía es pensar -acertada o equivocadamente, da igual- que un autor no sólo es su obra, sino también su vida, y el país y la época en que le tocó vivir. Y hay ocasiones en que la vida de algunos escritores resulta tan interesante y novelesca, si no más, que sus propias novelas o relatos. Pero a lo que iba, últimamente, he visto como me siento interesado por obras y autores del siglo XIX, y donde los francófonos -los franceses, pero también incluiría a los belgas-, ocupan un espacio importante, como también, en menor medida pero con importancia, los británicos, incluyendo como tales, a los irlandeses -por mucho que esto pueda molestar a los naturales de la isla esmeralda; por mucho que no se quiera recordar, hasta no hace tanto, toda Irlanda fue británica, y el inglés sigue siendo la lengua materna de casi toda la población-.
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En este caso, me ha venido a la mente una escritora de la que leí hace tiempo un relato, "El metal", y de quién busqué información por internet, lo que me permitió no sólo conocer el nombre de otras de sus obras, principalmente las más extensas -o sea, sus novelas, que también las tuvo-, sino también acercarme más al personaje, y a sus ideales políticos, y artísticos y literarios, y en cómo los defendió, y, cuando consideró necesario -o cuando pudo-, los puso por escrito.
Renée Dunan nació y murió en Aviñón, la antigua capital de los papas expulsados de Roma en la Baja Edad Media, y que, aún hoy en día, disfruta de un ambiente, y nos da una impresión, de grandiosidad, y también de cierta pretenciosidad, que no parece cuadrar a una ciudad, dentro de lo que cabe, relativamente pequeña. Desde muy joven pensó que el hecho de ser mujer no sólo no tenía que ser una rémora para dedicarse a la literatura, sino tampoco, y eso quizá la hacía diferente a otras muchas mujeres escritoras de su época, a escribir lo que ella quisiera. Fue novelista -incluyendo relatos, no sólo novelas-, poeta -o poetisa, como dicen algunos, parece que erróneamente, ¡pero a mí me suena tan bien, dicha errata!-, y crítica literaria, que en ocasiones podría considerarse, más bien, como escritora de panegíricos y artículos literarios, como su presentación y defensa del dadaismo.
Porque esta es otra faceta de su personalidad: además de señora de la pluma, fue firme defensora de los ideales feministas -o, teniendo en cuenta la época, proto-feministas-, dadaistas -un antecedente, básicamente literario, del surrealismo, que sería un estilo principalmente pictórico, gráfico-, anarquistas -en el sentido de la época: socialismo libertario-, pacifistas -que no antipatrióticos; más bien, aunque se sintiera francesa, no por ello se consideraba "anti-nada", y como buena artista abierta de mente y de miras, sentía interés por cualquier manifestación artística o cultural de cualquier otra nación- y nudistas -lo que hace pensar que el  también llamado "naturismo" es más antiguo de lo que parece-.
El dadaismo, aún siendo una ruptura completa con la literatura de la época -y de cualquier época, realmente-, tenía como debilidad, precisamente, su completa falta de reglas. Podía resultar alternativo, divertido, tenía, sin duda su gracia, pero también era difícil de leer. Más, incluso, que de escribir. Al ser casi un juego -aunque pudiera tener, para el creador o creadores, pues a veces eran más de uno-, sus propios secretos, dobles sentidos y sorpresas para los iniciados, para la mayoría de los lectores, una vez que se leían un par de cuentos o poemas, podía resultar un tanto tedioso. Fue más una queja que una revolución, y aunque influyó en escritores posteriores, no pudo dejar una gran huella en la historia de la cultura, aunque nadie puede negarle un puesto en dicha historia. Dunan fue una de las fundadoras del movimiento dada, junto a André Breton -su máximo representante en lengua francesa, o al menos así se le ha considerado siempre-, y Philippe Soupault, el cual describió al dadaismo como "una necesaria tabla rasa". Él sería de los que, una vez apagada la deslumbrante pero breve luz dada, se pasaría al naciente surrealismo, con más peso en la novela y el relato largo. Dunan, realmente, aunque apoyó semejante ruptura con lo establecido, y siendo también ella -y más, como mujer- moderna tanto en la temática como en la escritura de sus obras, tampoco se tomó, por lo que se pudo ver, demasiado en serio el dada, una vez que comprobó que se había transformado en un callejón sin salida. Aún así, algunas de esas obras se han ido reeditando, al menos en Francia y Bélgica, aunque al mundo hispanohablante ha llegado muy poca cosa. Parte de lo que de ella conozco, lo conseguí leer después de traducciones, fueran éstas -además de textos cortos-, tanto "informáticas", como propias, un tanto penosas.

Renée Dunan chez "dada".
Aunque no fue una de sus principales figuras en el mundo francófono, Dunan sintió gran atracción por el dadaismo, y su sucesor el surrealismo. Ejemplos, como el modernismo, de provocación y fantasía.


Las obras principales: "Baal", "Los amantes del Diablo", "El sexo y la daga: la ardiente vida de Julio César".

Renée Dunan, bien fuera con su propio nombre, o con alguno de sus numerosos pseudónimos -John Spaddy, M. Steinthal, Louis Pelea...- tuvo tiempo de escribir, a pesar de su corta vida (1892-1936; o 1938, porque hasta en la fecha de su muerte, hay dudas) una enorme cantidad de obras, incluyendo todo tipo de artículos, libelos y ensayos, y con toda seguridad, de vivir en nuestra época, tendría su sitio entre las webs o blogs, tanto literarios como subversivos. O ambas cosas a la vez. Dunan pensaba que la sexualidad tenía una gran importancia tanto en la sociedad de su época, como, en realidad, en todas las sociedades humanas, y en todas las épocas, pasadas o futuras. No es que fura ni lo único, ni lo más importante, pero consideraba ridículo e hipócrita pintar a los hombres de distintas eras -y más, cuando eran personajes a admirar, hubiera o no razón para ello- como si fuera poco menos que asexuados. Tampoco le gustaba el hecho de que las mujeres, ni en los estudios históricos, ni en el arte o la cultura -pasada o presente-, prácticamente fueran excluidas de antemano, como si nunca hubieran tenido parte activa alguna en la historia y la sociedad humanas. Y lo que era peor, como si las mujeres de su época -o sea, del presente-, no tuvieran derecho a cambiar tan penosa e injusta situación. Por eso, el sexo está presente en no poco de lo que escribió. En ocasiones, porque se trataba de novelas o relatos eróticos, así que toda la historia gira alrededor suyo. En otras porque, simplemente, consideraba la sexualidad, que no tenía por qué estar separada ni del amor, ni de que los personajes que la practicaran no fueran, aún a su modo, tan virtuosos como otros mucho menos creíbles creados por la mayoría de los autores de aquellos años, como una parte más de la vida, y de la personalidad del individuo.
A cierta edad, sin embargo, aparte de erotismo -que nunca abandonó, ni mucho menos-, y sin dejar de lado toda su producción -y militancia- política, artística y social, se decantaría por otros temas: la historia, el terror, y la fantasía, tratando, incluso -y aunque sólo fuera de pasada- el tema prehistórico, que en aquella época, y más en el mundo francófono, puso de moda Rosny Aine.
"Baal, o la maga apasionada; libro de sortilegios" (1924), trata sobre la hechicera -no se le considera una auténtica bruja; al menos, como la visión un tanto infantil de bruja que hoy en día se representa en televisión, cine o cómic-, la bella Palmira, que enseña a su ayudante y aprendiz Renée -curiosamente, esta iniciada en la brujería que desea aprender más de su maestra se llama igual que la autora-. Y eso incluye la capacidad de tener contacto, o de llamar a nuestro mundo, a todo tipo de criaturas de otros mundos -más bien, se diría que de dimensiones alternativas, y no del infierno "religioso"-, incluyendo al innombrable y terrible Baal, el gran demonio, que en su mundo nativo se mueve en unas -aparentemente- imposibles cuatro dimensiones, pero que en nuestro mundo de tres, se representa a sí mismo como una especie de pulpo humanoide. La bruja explicará los problemas o apuros que en ocasiones tuvo por invocar a semejante engendro, usando la autora cierta jerga entre oscura y pseudo-científica -a veces un poco indescifrable, por no decir incomprensible, pero que tiene su gracia-, pero que también, por cierta mezcla de atrevimiento, sensualidad y hasta inocencia, a veces puede ser aburrida, pero también encantadora.

Una edición, bastante reciente -y en versión original, desconozco si existe en español-, de "Baal",  "Los amantes del Diablo".

"Los amantes del Diablo" (1929), es una historia algo más corta, y muy moderna para la época. Ambientada en la Francia del siglo XVI, con sus guerras de religión o contra España y Alemania -el Sacro Imperio, donde también gobernaba Carlos de Habsburgo; realmente, la autora no se molesta demasiado en explicar dichas guerras de la Francia del Renacimiento, incluso deja caer comentarios sobre los cátaros, aunque éstos fueron aplastados por los cruzados del norte de Francia casi tres siglos antes- es un relato de aventuras, satanismo y brujería protagonizado por un cazador y su aguerrida esposa. Como en el caso de "Baal...", la autora considera que una de las bases de la brujería es la sexualidad, y, a la vez,  la  represión      -sobretodo en las mujeres- de su práctica y visión como algo natural. Aparte de una atracción del individuo hacia lo prohibido u oscuro; y aquí el sexo vuelve a aparecer: cuanto más prohibido y reprimido está algo, más fascina al subconsciente.
"El sexo y la daga: la ardiente vida de Julio César" (1928). Aquí, Dunan considerar a César, más que héroe histórico -que supo jugar bien las cartas que le tocaron en la vida-, un hombre de carne y hueso. A veces reconoce en él a un individuo extraordinario y noble; en otras, desorientado y derrotado -aunque siempre sabe recuperarse de sus malos momentos-. Como ella misma dice en la introducción a la novela: "Esta vida de César está llena de escenas brutales, escandalosas, lascivas y melancólicas." Ni que decir tiene, que esas escenas, sobretodo las escandalosas y lascivas, están muy presentes, lo que de alguna forma, humaniza más a César, Pompeyo, el rey Nicomedes de Bitinia -un reino helénico, pero de población autóctona, en el noroeste de Anatolia-, y compañía, pero que en ocasiones, desvirtúa un poco la figura del César político, militar y reformador, que también lo fue, y en grado sumo.
Una cosa hay que aclarar: se podría buscar aquí una especie de versión francesa de las historias de Lovecraft -sobretodo, con ese Baal con aspecto de pulpo-humanoide, pero con un deseo sexual inencontrable en la obra del legendario escritor de Providence-, pero Dunan prefiere cargar las tintas, más que en el satanismo -que conocía de forma más bien sucinta y superficial-, en las cuestiones más escabrosas y lascivas, que en aquella época, eran mucho más escandalosas y llamativas que hoy en día. En ocasiones, los diálogos -la novela está dividida en cuatro capítulos más o menos autónomos- entre la amoral y carismática bruja parisina Palmira, y su aprendiz y prendida seguidora Renée pueden resultar un poco aburridos. Aún así, la obra no deja de tener, cuanto menos, un interés mayor que el de simple "arqueología literaria". La segunda novela, donde Babet, esposa de Jean, intenta salvar a su marido de la horca mediante un pacto con el diablo, tampoco es que espante demasiado: más que invocaciones, se podría considerar que, a cambio de salvar a su amado, la aguerrida y atrevida esposa de él decide tener una repentina relación -evidentemente sexual- con un extraño y oscuro caballero que ya imaginamos cual es su auténtica naturaleza; ¿o no?


Otras obras. ¡Qué divertido resulta escribir sobre sexo, en tiempos en que casi nadie se atrevía! La Reneé propagandista política y literaria.

Poco añadí sobre los datos biográficos de la autora, porque, realmente, no es que se recuerden mucho. Curiosamente, al poco de morir, hasta se dudó de su misma existencia, pensando que, realmente, podría ser un hombre -o más de uno-, pero que resultaba más revolucionario y provocador el decir que los relatos eróticos por ella escritos -muchos de ellos con seudónimo, de allá el que resultara más fácil esparcir el bulo de su no-existencia como creadora de ellos-. Se sabe -o se supone- que participó en revistas y periódicos diversos, como el literario "Rojo y negro" -imagino que el nombre vendría por la obra de Stendhal-, defendiendo sus ideas anarquistas, feministas y dadaistas, pero parece que algunos de sus contemporáneos consideraron extraño que alguien -y más, una mujer- opinara sobre tantos temas, y dejara tanta constancia escrita de sus ideas sobre ellos.
¿Cuáles serían sus obras de género erótico más conocidas o leídas en su momento? Digamos que, en aquella época, no es que hubiera un listado de "grandes éxitos", sino autores o revistas -o editoriales- capaces de sacar a la luz gran número de novelas o relatos. Los títulos dan a entender, o a insinuar, de qué pueden ir las distintas historias -no es que fueran el colmo de la profundidad, pero vamos a ver, es que tampoco, ni ella ni autores contemporáneos, quisieran usar el sexo para escribir la novela del siglo; ni falta que hacía-: "El último orgasmo" (1925), "Noches voluptuosas" (1926), "Los caprichos del sexo, o la audacia erótica de la señorita Louise B..." (1928), y así podríamos seguir, en ocasiones escritas con su propio nombre, y en otras, con sobrenombres como John Spaddy -hay quién cree que, o bien ella no era el tal Spaddy, o compartió seudónimo con algún otro autor, hasta ahora anónimo; o conocido, pero que no quiso que se supiera a qué más se dedicaba-, o Louis Dormienne.

"Desvergonzadas", una de las obras de Dunan, con el seudónimo de Spaddy.

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Otra de las novelas cortas -novelettes- de Dunan, sobre el tema de la sexualidad con ojos de mujer, que tantos hombres -y seguramente mujeres, aunque conste menos-, leyeron con interés.

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Y otra más, por si no había suficiente -que no, no lo había-. Hablando de "damas de Lesbos", está claro la temática lesbiana, ¿no?

También se podría nombrar "El metal" (probablemente 1920, aunque no he logrado encontrar la fecha exacta de cuando lo escribió), un relato corto "prehistórico", como los de Rosny Aine, o como "Antes de Adán", de Jack London, por poner dos ejemplos, donde la prehistoria es retratada de una forma un tanto fantástica, pero también evocadora -y más, teniendo en cuenta que, si la fecha de su escritura es real, la paleontología, aunque no era ya una ciencia nueva, en cuestión del estudio del hombre prehistórico, todavía estaba en sus principios-, con atlantes y amazonas incluidas. En español lo publicó la revista literaria "Delirio", pero se puede encontrar en la red -ilustrado, además-, aunque en francés, en este enlace.
Sobre sus artículos, que publicó allá donde le dejaron, se puede destacar uno sobre el dadaismo, en la revista literaria "La vie nouvelle", que se puede leer aquíEstá en francés, pero con la ayuda de algunos buscadores, se puede traducir al español bastante bien. O eso, o practicar esa lengua, que es lo que yo hice, aunque no sólo por cuestiones simplemente literarias, sino porque, en un futuro próximo, tal vez necesite un nivel aceptable de la lengua gala para trabajar, allende los Pirineos.
En cuestiones históricas, su novela sobre Julio César, centrándose en su vida íntima tanto o más que en sus facetas política y militar, o bien, "Los amantes del Diablo", donde resalta el poco interés en crear un marco histórico trabajado de la Francia del siglo XVI, o -en general- su novela "La extraordinaria aventura de la papisa Juana", de 1929, son ejemplos claros de cuando la leyenda se superpone a la historia verdadera. Pero en este último caso, resulta lógico: Juana, la mujer papa, al contrario de César, no fue un personaje real, y la época en la que vivió -se podría considerar la Alta Edad Media, al ser anterior al siglo X, es poco conocida por los historiadores, incluso actualmente.


Y algo más, para aumentar el misterio del personaje:

El escritor Jean-Pierre Weber insiste que, después de 1936 (o 1938), Renée Dunan "sobrevive" como Georges Dunan hasta 1944, como "autor de 30 libros y ¡1200! artículos en periódicos y revistas". El misterio, que Weber -y tras él, la investigadora literaria Claudine Brécourt-Villars- no han sido capaces de aclarar del todo -otra cosa es lo que ellos piensen y crean como cierto-, es si Renée y Georges fueron una o dos personas, o sea, si Georges tomó el sobrenombre de Renée -y algunos otros que, en principio, corresponderían a ella-, o si ambos usaron el mismo nombre -para ella- o sobrenombre -él-. O bien, teniendo en cuenta que Renée parece un auténtico "fantasma literario", si no fue George quién eligió el apodo de ella, sino si fue Renée la que, muriendo años más tarde de lo que todos pensaron -y piensan todavía-, siguió con su carrera literaria haciéndose pasar por un hombre -además, uno real, de carne y hueso, no ficticio-. Incluso, se cree que obras como "El giro oscuro" ("Le tournant obscur.", sin traducción al español, que yo sepa), "Pasión y maleficio", o "La misión de Herve Hanchy", escritos bajo el seudónimo de Annie de Mytho", también podría corresponder a uno de los Dunan. O al único, o única. Quizá, algún amante de la literatura olvidada llegue a saber la verdad. Mientras tanto, para el que sepa francés, no dudo que le resultará, cuanto menos curioso, el conseguir -más en mercadillos o webs que de algún otra forma más cómoda- alguna de las casi olvidadas obras de una tan curiosa autora, sepultada por el paso del tiempo.

Una primeriza edición de "Mimí Joconde, o la bella sin camisa", de época indeterminada, pero, seguramente, de los felices años 20.

Y para quién quiera leer -en francés también, pero es que en español no hay apenas nada-, algo más sobre ella, un tercer enlace.

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